martes, 29 de junio de 2010

ESCALERAS AL SOL

La luz de la mañana se filtra por las cortinas diáfanas devolviendo a los objetos la apariencia que la
obscuridad nocturna había borrado.
Es la quinta, cuarta, sexta (ya he perdido la cuenta) vez que suena el despertador.
Un párpado torpe se abre pero el otro no está dispuesto a acompañarlo así que este, por solidaridad,
vuelve a cerrarse.
Finalmente se ponen de acuerdo y deciden que ya es hora de empezar el día.
Lo primero que dejan ver es esa foto del constructivista ruso Rodchenko que tengo colgada en la
estantería.
La fotografía, en blanco y negro, sacada desde lo alto, encuadra las escaleras de una plaza. Esto de
la plaza lo supongo yo, pues no lo puedo saber con exactitud. Pero lo que sí puedo decir es que es
mediodía pues el sol cae en vertical y cada escalón superior proyecta una sombra densa sobre el
inferior.
Por las escaleras casi desiertas de la supuesta plaza sube una mujer con un niño en brazos.
El sudor hace que el maquillaje emborrone su rostro y este va adquiriendo semejanza a un cuadro
de Bacon .
Entre dientes maldice al despertador, al cartón de leche y al hornillo de la cocina.
Por su parte las escaleras esperan perezosas al sol, y qué más pueden hacer si nadie les hace caso. Yo
si fuera escalera también esperaría y si fuera una escalera masculina heterosexual me contentaría
con ver pasar los muslos de las chicas en los días calurosos.
La mujer sube corriendo y en vano le preguntan ¿A dónde vas que siempre llevas prisa?.
Da igual...no sabe escuchar escaleras.
Yo ahora me he imaginado sentada en un peldaño de la fotografía...quizás esté arruinando la
composición de la imagen y quizás eso no le hubiera gustado a Rodchenko... Pero desde aquí puedo
palpar este pedazo de espacio arrancado de la fugacidad del tiempo.
Aprecio la expresión de la señorita apresurada. En su mirar la duda, en su mueca la excusa.
Y sólo yo advierto que no ha levantado suficientemente el pie para subir el siguiente peldaño y que,
si este estatismo bidimensional cobrara vida, ella no podría frenar el impacto con sus manos puesto
que lleva al niño en brazos.
Y así, de pronto, me entra una insoportable curiosidad por saber cómo habría acabado el asunto
ochenta y no se cuantos años atrás justo después de que el obturador de la cámara se cerrara.

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